martes, 20 de enero de 2015

Guayabas verdes

Me encanta estar trepado en el guayabo, literal. En la casa de mis abuelos paternos, en el patio, había un árbol de guayabas. El clima y los cuidados de mis abuelos hacían de aquel árbol uno frondoso y generoso con los frutos. La forma que la naturaleza le dio a este árbol, lo hacía particularmente propenso a que lo trepáramos y pasáramos horas leyendo historietas de Memín Pinguín y arrancando guayabas para ingerirlas al momento.

Las guayabas eran maduras casi al final del verano, donde tomaban un color amarillo por fuera y perfectamente rosado en el interior. De sabor dulce, aunque a veces ligeramente acido, eran perfectas para preparar las aguas frescas que acompañaba la comida del día.

Sin embargo, para mí, no había delicia más grande que arrancar las guayabas todavía un poco verdes, que no son tan dulces, para ponerles un poco de sal y engullirlas en pocos bocados. La consistencia de la fruta es más firme y el sabor más astringente. Además, al cortarlas verdes era menos probable encontrar vida al interior de las guayabas.

Ayer fui al mercado, encontré unas guayabas verdes. Sin dudarlo, tome un buen número de ellas y las compre. De repente, los recuerdos de mi infancia me envolvieron y me sentí de nuevo trepado en ese viejo guayabo, que tanto nos alimentó y del que hoy solo queda un tronco casi seco.

La felicidad consiste en subir, encontrar un lugar adecuado y tomar lo que la vida tiene para nosotros.

viernes, 16 de enero de 2015

Moisés, el que no quiso ser rey.

Mi hermano Moisés siempre ha sido muy popular. Desde niño, siempre ha tenido ese magnetismo social que trae ser simpático, bromista y bonito (ah, porque de chiquito era bonito). Desde sus primeros días en jardín de niños (kínder, para los fronterizos) destaco entre sus compañeros por su trato y amistad, además de su cantinflesca forma de hablar. Pintaba para lidercillo sindical desde morrillo, pues. Afortunadamente, las mieles del poder y la avaricia nunca fueron los suficientemente fuertes para tocar su corazón, y para muestra un botón:

En su último año de jardín de niños, se realizó un evento para conmemorar la llegada de la primavera. Las maestras organizaron un concurso de disfraces entre los alumnos y se elegiría entre ellos a un niño y una niña para coronarlos.

La mecánica de selección era muy sencilla y causaría envidia en cualquier diputado o funcionario con puesto de elección popular. Esta consistía en formarse, en línea india, atrás del candidato que más les gustara como el mejor. Primero para elegir a la niña, y después por el acompañante varón.

Cuando toco el turno de los niños, la popularidad de Moisés ayudo a que de inmediato se formaran atrás de él un buen número de sus compañeros. Esto fue suficiente para que el resto, al verse sin posibilidades, se plegaran ante el triunfador. A lo mejor con unas elecciones libres, democráticas, universales y con voto secreto el resultado hubiera sido diferente. Gracias a Dios, el INE no tiene injerencia en estas contiendas.

Habiendo sido declarado ganador, las maestras procedieron a la coronación, pues en esa época todavía se podían elegir reinas y reyes. Cuando fue el turno de Moisés, la maestra (no es pleonasmo) maestra de ceremonias anunció por el sistema de sonido:

“¡Y ahora coronamos a Moisés primero, el rey feo del jardín de niños!”

Tan pronto como finalizó la frase, pareciera que le pusieron resorte al chamaco, brinco del trono (que ya olía un poco a orines, por cierto) y gritando y llorando corrió a los brazos de su amorosa madre:

“Yo no soy feo, yo no soy feo”.

Nunca dijo que no era rey, nomás que no era feo. De esta manera se alejó de toda elección y concurso de belleza, para fortuna nuestra y regocijo de los políticos, quienes no tendrán competencia en elecciones futuras.

Por cierto, el disfraz de Moisés era de torero, tan políticamente incorrecto en estos días, que posiblemente lo único formado atrás de él, hubiera sido un pitón (de toro {de los de la cabeza}).