miércoles, 4 de noviembre de 2015

Restaurante Manzanilla en Ensenada, Baja California


El domingo 1 de noviembre mi esposa y yo fuimos a Ensenada con un solo propósito: Comer en el restaurante Manzanilla, propiedad de Benito Molina y Solange Muris. El restaurante tiene más de 15 años de haber sido abierto y de llevar la tradición culinaria de Ensenada a un nivel más alto.

El letrero del estacionamiento.
Llegamos algo temprano, 12:30 p.m. y nos encontramos con el restaurante cerrado. No tuvimos mucho problema para dar con el lugar a pesar de que no tiene anuncios para llegar ni una gran marquesina que lo identifique. Supimos que dimos con el lugar gracias a un letrero que amablemente sugiere que no te estaciones en los lugares exclusivos para el restaurante. Nos sorprendió que el lugar no tuviera un estacionamiento, pues el único lugar que identificamos como estacionamiento fueron los 3-4 lugares sobre la calle.

Decidimos ir al malecón de Ensenada y aprovechar que había una muestra de productos locales en la plaza de las tres cabezas (no recuerdo como se llama oficialmente). Allí Paola compro una nieve de café y yo una de fresas con almendras. Nieves artesanales con un gran sabor y consistencia. Seguimos caminando por el malecón y nos topamos con un Starbucks. Ahí compres un shot de café, que a esa altura del día ya me hacia mucha falta.

Aprovechamos la parada técnica y hablamos para preguntar si abrirían el restaurante y, afortunadamente, nos contestaron que sí, que a la 1:30 abrían. Aprovechamos para hacer una reservación a esa hora y nos fuimos caminando al restaurante, pues no quedaba muy lejos y no sabía si tendría problemas para encontrar estacionamiento (lo cual es un problema en el centro de Ensenada).

A la entrada del restaurante hay un asador/ahumador y a camino al edificio nos encontramos una pequeña cava, donde me imagino venden vinos de la región, pues había una caja registradora sin nadie a la vista que nos diera información. Hay unas mesas en la parte frontal de la entrada de un edificio que parece haber sido una bodega de una pesquera y que ha sido acondicionada para albergar Manzanilla. Entramos al edificio, nos identificamos y nos asignaron a la mesa que nos tenían reservada.

Nos asignaron una mesa para dos, al final de la hermosa barra de cantina que enmarca el salón principal del restaurante y muy cerca de los baños, de los cuales estábamos separados por una barda. El lugar es de un tamaño mediano, como para unos 100-150 comensales en dos salones (al menos los que pude ver) y las mesas en la entrada. Esto lo hace un lugar acogedor y muy romántico, ideal para ir con la pareja y pasar un momento memorable.

El lugar es una mezcla entre lo urbano de la bodega, con un techo sin cubrir y donde se aprecian las losas de concreto que lo forman, y los detalles elegantes como los candiles que iluminan el lugar y que muestran el toque femenino y de buen gusto.

Nos sentamos en nuestra mesa y nos dieron el menú, una tabla con clip con una hojas impresas lo cual me imagino les permite cambiar constantemente el menú. Es un menú sencillo con entradas, platos fuertes, arroces, carnes y postres. Tiene la opción de menú de degustación de 6 u 8 tiempos con o sin maridaje. La expectativa de los precios era que serían elevados, sin embargo, al ver la carta nos parecieron accesibles, incluso menores a los de algunos restaurantes de mucho menor calidad a los que hemos ido en Hermosillo.

En lo que nos decidíamos que ordenar, pedimos una entrada: un tiradito de pescado con jengibre, soya y serrano. El mesero nos preguntó que queríamos de beber y le pregunte que vinos tenían, respondiéndome que tenían una carta de vinos, la cual me traería en unos instantes. Esta carta de vinos es bastante completa y con gran variedad, tanto de uvas, mezclas y precios. Seleccionamos uno que se llama Amor, que es una mezcla de Zinfandel y Tempranillo.

Justo antes de servirnos la entrada, el mesero nos entregó unas tostaditas con ceviche, cortesía de la casa, las cuales estaban deliciosas. Llego el Tiradito de pescado con jengibre, soya y serrano junto con unos panecitos tostados para acompañar. En este momento le comunicamos al mesero que queríamos el menú de degustación de 8 tiempos, sin maridaje, ya que habíamos solicitado nuestro vino.

El primer tiempo fue un tiradito de pescado con ostión y erizo. El sabor salado del ostión acompañaba y complementaba el suave sabor del pescado mientras que la consistencia del erizo funcionaba como una mantequilla exquisita.
Es sal marina, solo de adorno.

El segundo tiempo fue una degustación de conchas, la cual consistía en una almeja y tres ostiones de tamaño mediano. Cada una de las conchas estaba preparada de manera diferente. El que más me gusto fue el ostión ahumado.






El tomate estaba firme y el perejil muy crocante.

El tercer tiempo fue un abulón sellado con salsa de tomate, crema y epazote, acompañado con una fritura de perejil. Me sorprendió lo crocante del perejil frito y la consistencia del tomate de la salsa y crema.

Para el cuarto tiempo, nuestro mesero nos preguntó que platillo preferíamos: Codorniz o taco de lechón. Fue una decisión divida, pues Paola quería la codorniz y yo el lechón. Nuestro mesero nos dijo que le preguntaría al chef si nos podía traer la codorniz para Paola y el lechón para mí o si solamente se podría un solo platillo. Para nuestra sorpresa, regresó con el plato de codorniz y nos comentó que también nos servirían los tacos de lechón.

Así que el cuarto tiempo fue la codorniz frita y un huevo de codorniz pochado en un plato adornado como el tradicional juego del gato (#) hecho con tinta de calamar. Yo no soy muy entusiasta de aves ni de sus huevos con yema cruda, pero el sabor y la consistencia del huevo codorniz me encantó.

El 4.1 tiempo fueron los tacos de lechón y chicharrón del mismo lechón, acompañado con una salsa (muy) picante de chile habanero. El contraste entre la carne suave y condimentada y lo crocante del chicharrón, todo complementado con la salsa de habanero funciona perfectamente.

En su punto exacto y firme.

El quinto tiempo fue un pescado con la piel crocante. Le preguntamos qué pescado era y nuestro mesero nos indicó el nombre del pez, del cual no puedo acordarme, pero si recuerdo que comento que era un pez de aguas profundas y era la pesca del día. La consistencia del pez y el punto de cocción nos parecieron perfectos, así como el sabor del mismo.


El sexto tiempo fue un corte de carne añeja término medio. Este plato fue un gran reto para Manzanilla, pues viviendo en Hermosillo hemos tenido la oportunidad de probar grandes cortes de carne (sin albur). Se lo hicimos saber a nuestro mesero y su respuesta fue que la carne es de Rancho el 17, uno de los mejores de Sonora y, por ende, de México. Fue una grata sorpresa, especialmente por lo jugosa y suave que estuvo.

El séptimo tiempo fue una tablita de quesos con miel y ate de membrillo. Fueron cinco tipos de queso, de los cuales los más memorables fueron el añejo de seis meses y, el que se lleva las palmas, el añejo de tres meses.
Helado y cajeta de la casa.

El octavo tiempo fue un helado, creo que de vainilla, con una espuma de café y cajeta. La espuma y la cajeta estuvieron deliciosas. El helado me quedo a deber, pues me gustó mucho más el helado de fresas y almendras.




En cada tiempo, nuestro mesero nos explicaba que nos servían y como fueron preparados. Para el último tiempo, uno de los chefs lo acompañó para explicar el platillo. Me faltaron muchos detalles, debido principalemente a mi memoria de teflón que no grabo todos los comentarios y a que no los escribimos pues estamos muy contentos disfrutando de nuestra comida. El servicio y la comida estuvieron a la altura de nuestras expectativas.

A ver a que hora viene a pagar.
Desafortunadamente hubo un problema al momento de pagar la cuenta y no porque no tuviera dinero para hacerlo, si no que su terminal bancaria no funcionó en ese momento y, debido a mi costumbre de no traer más de $500 pesos en la cartera, tuve que ir a un cajero a retirar dinero y pagar la cuenta. Fue una caminata de un kilómetro hasta el carro y de ahí al cajero y regresar a liquidar. Mientras tanto, Paola se quedó en garantía (jajaja). El personal se disculpó repetidas veces por el inconveniente, el cual, obviamente, no era su culpa.

En resumen, tuvimos dos horas y media de excelente comida, un vino exquisito y un servicio excepcional. Las tres EX que busco en un restaurante de calidad.

Saludos

viernes, 9 de octubre de 2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Gracias Abuelito

Regresabamos a casa, después de cenar unos antojitos mexicanos (tamales, tostadas y menudo), por una de las avenidas principales de Hermosillo como tantas veces lo hemos hecho.

De repente, en un tramo por demás obscuro, un hombre en situación de calle comenzó a cruzar la avenida sin ningún tipo de precaución. Yo iba por el carril de la extrema derecha y fui el primero en verlo. Por el carril a mi izquierda un pick up blanco aceleró para rebazarme y temí lo peor para el peatón.

Alcance a frenar y comencé a tocar el claxon del carro y a hacer cambio de luces para alertar al conductor a mi izquierda. El también alcanzó a frenar y el peatón se salvó, quedando a unos pocos centímetros de ser arrollado.

Desfortunadamente, otro pick up que venia detrás de mí carro aceleró y se cambio al carril de la izquierda, sin ver que el otro carro había frenado de emergencia. El choque fue inevitable en ese instante. El peatón se volvió a salvar por otros centímetros.

Las enseñanzas de mi Abuelito para manejar a la defensiva volvieron a salvarme de un accidente y, creo, ayudaron para que el peatón no fuera atropellado. Gracias Abuelito, se que me sigues cuidando desde el cielo.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Xi-Wei

Ayer fuimos a comer a un restaurante se comida china en Hermosillo llamado Xi-Wei. Supimos de el por un anuncio de Facebook donde se promocionaba y ya que las fotos se veían bien, decidimos ir a probar.

El lugar está algo descuidado y necesita una manita de gato en las instalaciones y los colores. Las paredes tienen algunas partes donde la pintura se cayó hace algún tiempo.

El menú nos pareció algo extraño, pues incluía comida china, japonesa y botanas americanas como alitas y papas sazonadas  (las cuales parecía que las compraron en Costco). La principal diferencia entre los restaurantes de Mexicali y de Hermosillo es que en esta última ciudad no hay en el menú comidas corridas y por el mismo precio solo puedes disfrutar de dos platillos en lugar de 5 o más en Mexicali.

Afortunadamente, la comida si tenia un sabor similar, nunca igualable, al de Mexicali y suficiente para quitar el antojo. Las porciones fueron generosas y fácilmente compartidas entre Paola y yo.

Buena opción si no hay altas expectativas y vas en grupo de 4 para que cada quien pida un platillo y compartan.

Saludos

viernes, 11 de septiembre de 2015

Publicando

Está es una nueva entrada. Tengo más posibilidad de escribir con mayor fluidez y con la inmediatez que permite el acceso inalambrico  a Internet.

Necesito ejercitar los pulgares para escribir más rápido  y estamos hechos.

¿ya vieron que bonita foto?

Saludos

martes, 20 de enero de 2015

Guayabas verdes

Me encanta estar trepado en el guayabo, literal. En la casa de mis abuelos paternos, en el patio, había un árbol de guayabas. El clima y los cuidados de mis abuelos hacían de aquel árbol uno frondoso y generoso con los frutos. La forma que la naturaleza le dio a este árbol, lo hacía particularmente propenso a que lo trepáramos y pasáramos horas leyendo historietas de Memín Pinguín y arrancando guayabas para ingerirlas al momento.

Las guayabas eran maduras casi al final del verano, donde tomaban un color amarillo por fuera y perfectamente rosado en el interior. De sabor dulce, aunque a veces ligeramente acido, eran perfectas para preparar las aguas frescas que acompañaba la comida del día.

Sin embargo, para mí, no había delicia más grande que arrancar las guayabas todavía un poco verdes, que no son tan dulces, para ponerles un poco de sal y engullirlas en pocos bocados. La consistencia de la fruta es más firme y el sabor más astringente. Además, al cortarlas verdes era menos probable encontrar vida al interior de las guayabas.

Ayer fui al mercado, encontré unas guayabas verdes. Sin dudarlo, tome un buen número de ellas y las compre. De repente, los recuerdos de mi infancia me envolvieron y me sentí de nuevo trepado en ese viejo guayabo, que tanto nos alimentó y del que hoy solo queda un tronco casi seco.

La felicidad consiste en subir, encontrar un lugar adecuado y tomar lo que la vida tiene para nosotros.

viernes, 16 de enero de 2015

Moisés, el que no quiso ser rey.

Mi hermano Moisés siempre ha sido muy popular. Desde niño, siempre ha tenido ese magnetismo social que trae ser simpático, bromista y bonito (ah, porque de chiquito era bonito). Desde sus primeros días en jardín de niños (kínder, para los fronterizos) destaco entre sus compañeros por su trato y amistad, además de su cantinflesca forma de hablar. Pintaba para lidercillo sindical desde morrillo, pues. Afortunadamente, las mieles del poder y la avaricia nunca fueron los suficientemente fuertes para tocar su corazón, y para muestra un botón:

En su último año de jardín de niños, se realizó un evento para conmemorar la llegada de la primavera. Las maestras organizaron un concurso de disfraces entre los alumnos y se elegiría entre ellos a un niño y una niña para coronarlos.

La mecánica de selección era muy sencilla y causaría envidia en cualquier diputado o funcionario con puesto de elección popular. Esta consistía en formarse, en línea india, atrás del candidato que más les gustara como el mejor. Primero para elegir a la niña, y después por el acompañante varón.

Cuando toco el turno de los niños, la popularidad de Moisés ayudo a que de inmediato se formaran atrás de él un buen número de sus compañeros. Esto fue suficiente para que el resto, al verse sin posibilidades, se plegaran ante el triunfador. A lo mejor con unas elecciones libres, democráticas, universales y con voto secreto el resultado hubiera sido diferente. Gracias a Dios, el INE no tiene injerencia en estas contiendas.

Habiendo sido declarado ganador, las maestras procedieron a la coronación, pues en esa época todavía se podían elegir reinas y reyes. Cuando fue el turno de Moisés, la maestra (no es pleonasmo) maestra de ceremonias anunció por el sistema de sonido:

“¡Y ahora coronamos a Moisés primero, el rey feo del jardín de niños!”

Tan pronto como finalizó la frase, pareciera que le pusieron resorte al chamaco, brinco del trono (que ya olía un poco a orines, por cierto) y gritando y llorando corrió a los brazos de su amorosa madre:

“Yo no soy feo, yo no soy feo”.

Nunca dijo que no era rey, nomás que no era feo. De esta manera se alejó de toda elección y concurso de belleza, para fortuna nuestra y regocijo de los políticos, quienes no tendrán competencia en elecciones futuras.

Por cierto, el disfraz de Moisés era de torero, tan políticamente incorrecto en estos días, que posiblemente lo único formado atrás de él, hubiera sido un pitón (de toro {de los de la cabeza}).